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La Niña
- lectura 5 minutos - 1000 palabras– Papito, ¿qué eran las redes sociales?
Le gustaba que su hija le hiciera esas preguntas sobre el pasado, pero también le dolía responderlas. El hombre miró como se apagaba la fogata, reflexionó un rato y habló.
– Hija, en esos tiempos la religión había dejado de ser el opio de los pueblos (¿ya te conté que eran las religiones y el opio, recuerdas?). La Red resultó ser un medio más efectivo de control del pensamiento que la televisión, porque se les dio a las personas la sensación de que podían opinar. Y se alzaron vociferantes, pero en realidad eran solo bits que no emitían ruido alguno. Fue fácil fragmentarlos y aislarlos detrás de pantallas. Las redes sociales eran precisamente eso, redes tiradas al océano llamado internet para capturar sentimientos, comportamientos y después venderlos como harina de pescado procesado. Así como los peces caen en las redes que colocamos allá en los roqueríos ocultos, donde sacamos nuestros alimentos, en ese tiempo habían grandes navíos que tiraban redes al mar para atrapar millones de peces. Algo similar pasaba con las personas en internet. Esas eran la redes sociales hija mía. ¿Entiendes la analogía?
La chica miró a su padre y asintió, en su mente se formaron varias otras preguntas pero su oído le indicó que no tenían tiempo para poder seguir hablando.
El hombre terminó de apagar la fogata y recogió el morral.
– ahora apúrate –dijo – toma tus cosas, ya siento el ruido de los drones cazadores, tenemos que escondernos…
John despertó ansioso ese día, al fin su dron se encontraba reparado. Tres días fuera fuera de línea tendrían un impacto negativo en sus métricas de desempeño. Pero era un buen operador de drones, podría recuperar su cuota sin tanto esfuerzo.
– Tienes un gran olfato para encontrarlos – le comentó su supervisor en la última reunión de seguimiento.
Pero necesitaba compensar esos tres días.
Activó el cuadricoptero y lo dirigió hacia la playa, siempre podía encontrar nuls en la playa, les gustaba ir a pescar, incluso colocaban redes. Pronto estarían listos los aquadroids y podrían atacarlos por dos frentes.
Revisó los niveles de combustible y municiones, había una señal de calor adelante, quizás los restos de una fogata. Sería mejor apurarse, la señal de radar mostraba que no era el único contratista cubriendo el área, pero esos otros operadores no tenían la motivación de John.
El sensor de calor mostraba dos figuras, un adulto y un cachorro con seguridad, la mitad de la cuota del día sería fácil, “mejor acelero antes que me quiten el botín, tengo que recuperar estos dias”. Tomó el joystick enfiló su dron hacia las dunas.
– ¡Si pasas todo el día jugando acabarás trabajando como un vulgar operador de drones! – fue lo último que el chico escuchó de su padre tras el portazo.
Estaba enojado. No entendía el doble discurso de su progenitor, si no quería que jugara, ¿por qué le regalaba la consola en primer lugar?
Se colocó el casco y los guantes, estaba tan cabreado que no tenía ganas de usar el buzo dermosensor, buscó un juego liviano, NulHunter estaba disponible, hacía meses que no lo jugaba, notó que había una actualización, era un juego que sólo requería gafas y guantes.
El escenario al entrar era nuevo, sol, dunas, el mar a lo lejos. Recordó la promesa de sus padres de que ese verano conocerían el mar.
“No iremos nunca”, pensó. La radiación creciente alejaba cada vez más esa posibilidad. Eso aumentó su frustración.
“¡Al diablo con las reglas!”, se acercó al dron más rezagado y presionó el gatillo, pero algo extraño sucedió. Debería ser la actualización, las armas nunca se activaban contra otro dron, sólo podías disparar contra los objetos y los monstruosos nuls. Las aspas del cuadricoptero estallaron y tuvo que moverse rápido para esquivar los restos de la nave.
“¡Esto es genial!”, pensó y fue tras el segundo dron.
¿Por qué tenía que perseguir a los nuls? Ahora podría exterminar a los otros competidores y dejar a los nuls, que corrían por las dunas, para después. Se fijó en el marcador, diez mil puntos extra recibió por el dron derribado. “Mejor aún”, sonrió.
– ¡Vamos, apúrate hija! – gritó el hombre.
Tras la roca estaba la entrada a una cueva, el padre la conocía bien, si se apuraban podrían refugiarse. A veces en esas cuevas le gente de la RAN dejaba armas, si tenían esa suerte podrían defenderse.
– ¡Algo raro pasa!” – dijo la niña.
Se volteó y notó lo mismo que su hija, los drones explotaban como si algo los atacara por sorpresa.
John dirigía su dron con eficacia, si seguía así alcanzaría las presas antes que los demás. Algunos de los drones del grupo que le seguían eran más veloces, y sin embargo…
En cierto modo este trabajo era una simple carrera, una competencia en la que ganaba el que eliminaba más nuls. Por otro lado, esas explosiones detrás suyo…
Empezó a inquietarse cuando notó que sólo quedaban él y un pequeño dron a su espalda. Puede ser algún desperfecto masivo, ¿un virus?
Nadie supo decirle cual había sido la verdadera falla de su nave. ¿Quizás si le preguntaba al piloto que quedaba? Pero no encontraba su señal en ningún canal, todo eso era muy raro, quizás el virus afectaba las comunicaciones, pero eso era ridículo, si así fuera no podría controlar su dron remotamente.
Sintió el golpe.
¡Era imposible! ¡El dron a su espalda le había disparado!
El ataque no duro mucho, tuvo que arrancarse las gafas y desconectarse de la red, para evitar una sobrecarga que dañara su sistema nervioso. Era otro día perdido.
La niña se quedó ahí parada, mirando al dron intrigada. Era un modelo pequeño. No sabía por qué, pero los había salvado.
– ¿Qué pasó, papá? – preguntó.
– No sé, nunca vi a las máquinas pelear entre ellas – respondió el hombre.
El dron renegado se acercó a ellos y apuntó con sus armas a la niña.
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